El final del artista Nerón

Me encuentro en las afueras de Roma. Me he infiltrado en el campamento de la guardia pretoriana y soy un soldado más. Por hacerme el profesional estoy afilando mi gladius, aunque en realidad no tengo ni idea de si lo estoy haciendo bien, es por disimular. Mi atuendo es una túnica de paño sin teñir de amplio cuello, sobre la que llevo una armadura de las comunes, de las de tipo lorica segmentata, o tipo langosta, de esas que consisten en tiras de acero solapadas en torno al cuerpo. Llevo un casco normal, con alerones de esos laterales, de hierro forjado en la Galia, que los talleres italianos son peores, y aunque espero no luchar, quiero ir seguro. Agradezco el fresco calzado, las sandalias romanas son perfectas para este tiempo. Hoy es 9 de junio del año 68, y el imperio está viviendo unos días muy turbulentos.

Figura de soldado pretoriano

Hablemos de Nerón. El maldito lunático lleva todo su mandato gastando verdaderas fortunas en sus movidas. Desde lujosos viajes por Grecia, hasta la construcción de su palacio, llamado Domus Aurea, y que curiosamente levantó en un terreno inmejorable, casualmente despejado por ese gran incendio que asoló Roma hace casi cuatro años. Muchos, como el historiador Tácito, siguen pensando que el propio Nerón lo provocó para reconstruir la ciudad a su gusto. Otros le echan la culpa a los cristianos, argumentando además que han llegado a confesarlo, pero cualquiera juraría por Júpiter haber quemado Roma entera si se le somete a tortura. Nerón está acabado. Todos los que le lamían el culo poco a poco han ido abandonándolo. El Senado está en su contra y hasta los mismos pretorianos hemos dejado de protegerlo. Ya podía haberme pasado antes por aquí, porque todos estos han sido sobornados, y yo no he visto ni un denario. Allá en la Galia, el gobernador Cayo Julio Vindex se rebeló aprovechando la tambaleante situación, aunque el emperador supo controlar el problema, al menos durante un tiempo más, enviando a Lucio Verginio Rufo, gobernador de la Germania superior, quien lo derrotó. Pero las cosas, lejos de mejorar, empeoraron, hasta el punto de que uno de los aliados de Vindex, el gobernador de la Hispania Tarraconense, Servio Sulpicio Galba, el que fue declarado enemigo público debido a la rebelión, ahora tiene todas las papeletas de convertirse en el nuevo emperador.

En medio de la noche, entre unos árboles, veo pasar corriendo a tres o cuatro personas. Otro que está a mi lado lo percibe, y avisa a varios más. Corren tras los tipos que hemos visto, pensando que pueden ser algunos de los pocos descerebrados que aún puedan permanecer fieles a Nerón, o incluso él. Me levanto y voy con ellos. Toda la jodida hojalata, que en mi caso no me queda ni medio ajustada, pues he cogido lo primero que he pillado, mete un ruido de la hostia. Voy armando un escándalo tremendo. Uno de los pretorianos se gira y me mira con cara de mala leche pidiéndome más cuidado. Asiento e intento avanzar con más cautela. Tras un rato corriendo por la Vía Salaria, llegamos a una casa de campo. Se trata de la Villa del liberto Faonte, uno de los amigos de Nerón. Al llegar junto a los muros, los pretorianos se detienen, discutiendo cómo asaltar la casa. Sin que se den cuenta, me separo un poco de ellos y me decido a entrar por mi cuenta, saltando un muro. Me deshago de la maldita y escandalosa armadura, que me permite colarme en la casa con mayor sigilo, y ser confundido con cualquier sirviente en caso de que me pillen.

En una habitación en penumbra, Nerón y los suyos se lamentan, sabiendo que ya nada pueden hacer. El último mazazo que el emperador ha recibido es el de la noticia de que el Senado planea ejecutarlo con gran sufrimiento, sujetándolo con una horqueta y matándolo a golpes con una vara, como marcan las leyes de los antepasados. Decidido a quitarse la vida, pero siendo a pesar de ello tan cobarde para no poder hacerlo, da la absurda orden de que uno de sus sirvientes se suicide, para darle valor a él. Sin embargo, los que le rodean miran para otro lado, yo creo que alguno hasta silba. Pero el emperador sabe que no hay escapatoria, por lo que finalmente entrega un puñal a su liberto Epafrodito, y susurra unas palabras.

-Qué gran artista muere conmigo.

El flipado emperador se sobresalta cuando por los pasillos de la casa se escuchan voces. Los pretorianos ya deben haber entrado. Yo me escondo en la oscuridad de uno de los cuartos, tras ver cómo Nerón se arrodilla ante Epafrodito, ofreciéndole su garganta, para que su secretario cometa el acto que él no se atreve a llevar a cabo. Cuando el pretoriano llega a la sala, el emperador yace en un charco de sangre. Este es el fin del colgado de Nerón. Es hora de irse, que van a empezar a llover emperadores por todos lados.

Busto de Nerón. Siglo I

Y cómo no mencionar la película Quo Vadis, cuando de Nerón se habla. Fantástica película que nos presenta a un Nerón probablemente bastante parecido al verdadero.

Comentarios

Kassiopea. ha dicho que…
Me gusta tu forma de contar la historia, como si la vivieras en primera persona.

Un saludo.