Suicidio colectivo en Judea

Hoy es el decimosexto día de Nisán del año 3833, según el calendario hebreo, lo que viene a corresponderse aproximadamente con el día 15 de abril del año 73. Elevo un poco mi casco y miro al arenoso horizonte aliviándome con la suave brisa que corre en esta colina, mientras me apoyo en mi scutum de abedul, de más de un metro de alto. Tras tres meses, esta rampa en la que me encuentro fue finalizada. Miles de toneladas de rocas y tierra han sido utilizadas para construir esta estructura de acceso a la fortaleza de Masada. Desde el promontorio conocido como Roca Blanca hasta la cima, la elevación es de más de ciento cincuenta metros, por lo que ahora mismo estoy ascendiendo por una de las estructuras de asedio más grandes de toda la historia del imperio romano. Así es, mi lorica segmentata brilla con el sol y de mi cinto cuelga mi gladius. Estoy metido en las filas de los más de cinco mil legionarios de la Legio X Fretensis, desplazados a esta región montañosa que es la provincia de Judea para poner fin a una sublevación llevada a cabo por, entre otros, dos grupos de extremistas judíos. Los zelotes y los sicarios. El gobernador romano en Judea, Lucio Flavio Silva, descartó asaltar esta fortaleza situada en lo alto de esta montaña amesetada, por el estrecho y escarpado sendero conocido como el Camino de la Serpiente. Creía que no era apropiado para la batalla, por lo que los legionarios se han tirado semanas trabajando como mulas para construir esta rampa artificial. Y cuando van y la terminan, se dan cuenta de que se han deslomado para nada. ¡Ya me jodería! Pero sí, así es. Me asomo al interior de esta fortaleza de Masada por la brecha que hemos abierto en sus murallas y me doy cuenta de que es cierto. El silencio es sepulcral. No hay nadie aquí. Nadie, al menos, vivo.

Masada. Israel

Siete son los meses que los romanos han estado sitiando este lugar. En medio del desierto de Judea, en lo alto de una inaccesible montaña, más de novecientas personas resistían. Hace unos años, parte de la Legio III Gallica se encontraba en Masada. Sus estandartes con la figura del toro cayeron ante la rebelión judía, que se alzó para liberar la provincia de Judea de la dominación romana. A pesar de que si miro a mi alrededor no veo más que polvorientos montes, la cima de Masada era rica en provisiones, por lo que en un primer momento la resistencia parecía posible. Sin embargo, el avance romano era inminente, y esta gente lo sabía. Me dicen que para mano de obra para la construcción de la rampa se utilizaron esclavos judíos. Los propios legionarios son los que se encargan de las tareas más importantes, por duras que sean, y la creación de esta rampa, sin duda, lo era. Pero los romanos sabían que dicha rampa había de llevar directamente a los muros de Masada, y los judíos, desde su interior, bien podrían encargarse de que eso no fuese así. Sin embargo, por sus creencias religiosas, dichos extremistas no se atreverían a atacar a otros judíos, por lo que los han puesto a currar también, y listo.

La defensa de la fortaleza era muy eficiente. Nuestros arietes nada pudieron hacer contra la segunda de sus murallas. Como ya le pasara en la Galia, el ejército romano se ha encontrado con un muro levantado a base de capas de madera y piedras alternadas. Nuestros golpes no sólo no abrían brecha, sino que fortalecían su estructura. Por lo que Lucio Flavio Silva no dudó en ordenar un segundo plan.

-¡Pues fuego se ha dicho!

Mientras las llamas consumían la muralla, la brecha poco a poco se hacía más grande. Pero si nos iba a servir a nosotros para entrar, también podrían utilizarla los judíos para salir. Es por ello que nos preparamos para la batalla. Sin embargo, nadie salió.

Hoy el suspense se ha apoderado de todos nosotros. Poco a poco ha menguado la fuerza con la que agarrábamos nuestras espadas cortas, llegando incluso algunos soldados a envainarlas nuevamente ante lo que estamos viendo. Accedemos al interior de la fortaleza y paseamos despacio, en silencio, entre cientos de cadáveres que cubren la arena. Por las posiciones que presentan, sin duda no han ofrecido resistencia. Estos hombres han acudido a la muerte voluntariamente. Pero su religión condena el suicidio, por lo que con admirable persuasión su resolución ha consistido en dar muerte primero a mujeres y niños, y, finalmente, designar a un grupo de elegidos para quitar la vida al resto, siendo el último superviviente el encargado de prender fuego a todo, a excepción de los víveres, como muestra de que esto se ha realizado por voluntad, y no por miedo.

De repente, de un callejón aparecen una anciana y otra mujer más joven, acompañadas por cinco niños, todos con lágrimas en los ojos. Quizá no formaron parte del desenlace de los suyos por haberse escondido ante la inevitable llegada de los romanos. Sin embargo, las gladius no se vuelven a desenvainar. Ningún legionario se lanza sobre ellos, pues el impacto sufrido y la admiración ante la decisión de estos judíos ha sido muy paralizante. Lucio Flavio Silva ordena a sus hombres que no hagan nada, perdonando la vida de los únicos siete supervivientes de este suicidio colectivo.

Ilustración sobre el asedio romano en Masada

Como de tantos otros episodios similares, nuestra principal fuente son los textos del historiador Flavio Josefo, judío fariseo por muchos considerado un traidor a la causa judía. Para conocer este acontecimiento, tenemos su obra La guerra de los judíos.

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